Los atardeceres siempre me han parecido una invitación a la reflexión y al cambio.
Nos recuerdan que un día ha terminado y otro nuevo comienza, regalando por el camino emociones intensas, necesidad de capturar el momento, momentos de conexión íntima… suscitando preguntas.
¿Qué ha pasado hoy? ¿Qué quiero que pase mañana? ¿hacia dónde voy?
Disfrutar atentamente un atardecer nos desconecta de la vertiginosa velocidad del día a día y nos recuerda quienes somos, dándonos un pequeño espacio de pausa y reencuentro con nosotros mismos.
Si el trabajo en terapia tuviera que describirse con una imagen, para mí sin duda sería un atardecer.