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En muchas ocasiones los sentimientos nos avisan de que está ocurriendo algo. Pero el nivel de análisis que aplican a la realidad no es tan complejo como el que podemos aplicar pensando de manera consciente, están diseñados para ser rápidos y adaptativos en un entorno cambiante. Así, cuando nos centramos en ellos “La ansiedad no me deja estudiar” “Contra con el niño, no hace caso, menuda rabia, no lo aguanto ni un rato” generan el pensamiento de que hay algo mal con nosotros, que no generamos respuestas adecuadas a lo que el medio nos requiere.

A veces, ese propio pensamiento hace que nos abrumemos pensando que, por sentirlo y pensarlo, es real. “Siento que no valgo nada por haber suspendido ese examen…” “¡¿Cómo puedo sentir tanta rabia?! soy un monstruo…”

Una aproximación útil a estas situaciones puede ser recordarnos que las emociones están ahí para avisarnos de algo, para movilizarnos en alguna dirección, pero que, en última instancia, nosotros decidimos cual es esa dirección y qué hacemos con ellas. En definitiva, coger la información que nos dan, agradecer por la ayuda y utilizarla a nuestro favor.

¿Qué está tratando de comunicarme mi cuerpo?

“Mi cuerpo me está avisando de que este examen es muy importante para mí… ¿Qué medidas he tomado para que el examen vaya bien? ¿Son adecuadas para poder sacarlo? Parece que sí… Gracias por avisarme, ansiedad, pero ya me he encargado de eso”

“Como me quema por dentro ver que el niño no hace esto bien por más que se lo digo… ¿Por qué me siento tan enfadado? Me da miedo que se pierda o se haga daño por desobedecer ¿Qué puedo hacer para que eso no suceda? ¿Qué he intentado ya? Gracias rabia por recordarme que tengo que estar atento a que no se vaya corriendo del parque”

Cuando le damos un espacio a lo que estamos sintiendo, escuchamos qué nos pide y atendemos su demanda, no se extingue, pero tampoco sigue creciendo. Cumple su función de avisarnos.